Servio Tulio Torres, el médico apasionado por la humanidad
Originario de Estelí, Nicaragua, pero con espíritu puro de guatemalteco. Servio Tulio Torres lleva 48 años en el país que está rodeado de montañas y volcanes, conocido como el “país de la eterna primavera”. Tras este tiempo ha demostrado un gran sentido de humanidad, reflejado por su labor de neumólogo y cirujano de tórax.
Su estadía durante su niñez y adolescencia fue en su país natal. Estudió la primaria en el Colegio San Francisco y se graduó de Bachiller en Ciencias y Letras en el Instituto Río Piedra.
Fue hasta sus 17 años cuando emigró a Guatemala, junto con su padre. Cuando llegó no conocían a nadie, a excepción del licenciado Carlos Polanco, quien les ayudó con el traslado. Se instaló en una casa de estudiantes, donde había jóvenes como él. Así, poco a poco entrelazó nuevas amistades y se aventuró a lo desconocido.
En la Universidad de San Carlos de Guatemala (USAC) tuvo la oportunidad de estudiar Medicina y Cirugía, donde se graduó en 1980. Ese mismo año tuvo la bendición de casarse con su esposa Rosa María Pérez y de tener la experiencia de ser padre. Su hija Vanesa Bernard, quien reside en Francia, lo admira mucho. Considera que es un padre y abuelo amoroso, y que, a pesar de su trabajo, siempre estuvo presente en su vida.
Unos meses después regresó a Nicaragua, ahora acompañado de su nueva familia. Al ser una persona dedicada nunca dejó el estudio, por lo que, en el Instituto Politécnico de la Salud, en Managua, estudió Administración Hospitalaria.
Torres, como todo joven, aprendía de la vida con las experiencias que se le presentaban. Una de estas fue en 1983, con la oportunidad de viajar a Toulouse, Francia. El sentimiento hogareño de su familia lo acompañó de nuevo, siempre apoyándolo en todo momento.
Estuvo con los franceses hasta 1987, donde se volvió experto en el idioma. También, se especializó en Endoscopía Digestiva y Cirugía Vascular, en el Centro Hospitalario Universitario (C.H.U.).
Sin embargo, la especialización que marcaría su profesión sería al viajar a la Ciudad de México, en ese entonces conocida como México D.F. Entre 1990 y 1991, Torres terminó sus estudios en Neumología y Cirugía de Tórax, en el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (I.N.E.R.). Con el sendero encaminado, regresó a Guatemala en 1993 y se estableció definitivamente.
Junto con sus colegas trabaja arduamente. Ellos lo describen como una persona dedicada y seria en su trabajo. Amparo Bolaños, enfermera profesional, agrega que es un médico con mucha experiencia y humanidad, que plasma en la escritura sus casos más relevantes.
La escritura la fomentó con artículos médicos, esfuerzo que lo llevó a ser el editor en jefe de la Revista Guatemalteca de Cirugía. Sin embargo, en 2018 experimentó con la escritura literaria. Redactó las primeras líneas de sus libros Un Bus me espera, El niño que comió cangrejos vivos… por travesuras de amor, y De la vida misma… poemas; pero estos no fueron publicados hasta el 2020.
La abundante experiencia le ha permitido ocupar cargos de relevancia en asociaciones médicas; como la presidencia de la Asociación de Cirujanos de Guatemala y la presidencia de la Asociación Guatemalteca de Neumología y Cirugía de Tórax. Según él, ser una persona sumamente ordenada le ayuda a manejar dichos cargos.
El doctor Torres demuestra que quiere realizar un cambio, no solo en Guatemala, sino que en el mundo. El dejar su huella es de vital importancia en su vida, con sus seres queridos, colegas, pacientes y todos los corazones que toca con su escritura.
El jueves 14 de octubre de 2021, el doctor Torres se conectó de manera puntual a la sesión de Zoom, donde se realizaría la entrevista. Portaba una camisa sencilla de color celeste que combinaba con su pelo blanco y el reflejo de sus lentes cubría ligeramente sus ojos. Él con una gran sonrisa y en la comodidad de su clínica estaba dispuesto a responder las preguntas.
Usted nació en Estelí, Nicaragua, en 1956. Sin embargo, a sus 17 años emigró a Guatemala acompañado de su padre y se estableció en una casa de estudiantes, sin conocer a nadie. ¿Cuál fue el mayor reto que le generó el cambio de ambiente y el conocer a nuevas personas?
Para los 17 años es bastante reto venir a un país donde no conocía a nadie. El licenciado Carlos Polanco Quiroz, un amigo de mi papá, sirvió como garante de mi persona, porque aún era menor de edad. Vine a Guatemala porque desde muy temprana edad sentí la vocación de ser médico y aún más de ser cirujano.
Cuando me bachilleré estaba la opción de quedarme en León, Nicaragua, una de las ciudades universitarias; o venirme a Guatemala. Entonces, lo platicamos y prácticamente nos brindaba las mismas condiciones económicas y de desprendimiento familiar, porque si me iba a León, estaría fuera de mi casa; y si me venía a Guatemala, estaría fuera de Nicaragua. La gran diferencia fue que, entre universidades, son más los 300 años de la USAC, que los “ciento y pico” que pudiera tener la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua. Estaba la oportunidad de, con el mismo presupuesto y la misma separación de hogar, obtener estudios en una universidad con mayor prestigio. Entonces, aprovechamos que el Lic. Polanco Quiroz era alguien conocido de mi papá y dijimos: “Nos vamos”.
El verdadero reto fue abrirme camino en un lugar donde estaba solo, con una nueva cultura, con otra forma de pensamiento; aunque seamos centroamericanos diferimos en algunas cosas. También, el lograr estudiar y no defraudar a mis padres, evitar el fracaso y al contrario graduarme. Me gradué en el tiempo establecido, los seis años de la carrera. Aunque, el primer año fue bastante difícil, con la matemática, la química y el segundo con la bioquímica; pero, la idea siempre era: tengo que llegar, alcanzar el éxito y abrirme terreno donde había que comenzar camino nuevo.
Antes de vivir en Guatemala, pasó su infancia en Nicaragua. Estudió la primaria en el Colegio San Francisco y se graduó en el Instituto Río Piedra. ¿Qué experiencia de estos lugares marcó su vida y le dejó una gran lección?
En la primaria asistí al Colegio San Francisco, donde el director y fundador era un cura, el Padre Chavarría, y él fue una leyenda en mi pueblo. Según recuerdo de pequeño, él era una persona muy dedicada a la comunidad, la enseñanza y era una persona especial. Pero, en la secundaria me trasladé al Instituto Río Piedra, donde hubo un cambio. Este instituto era más liberal que el otro, tal vez por la época y la juventud que se fue modificando. Pienso que a veces nos resistimos al cambio y este al final viene acompañado de una gran verdad y un horizonte que antes no lo mirábamos; siempre lleva a algo bueno.
En 1980 se graduó de Médico y Cirujano, de la Facultad de Medicina de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Ese mismo año contrajo matrimonio y se convirtió en papá. ¿Cómo sobrellevó los turnos largos de su profesión sin desatender su vida personal?
El año 1980 marcó algo muy importante en mi vida. Comencé mi carrera en 1974 y en 1980 ya me había graduado. En abril me casé con mi esposa y al final del año ya éramos papás. Estudié en la capital, pero para quinto año uno escoge el sitio de prácticas y había una oportunidad de ir al occidente del país. Entonces, escogí Quetzaltenango y ahí conocí a mi esposa. Nos hicimos novios ese año, y para mí sexto año de carrera, me quedé haciendo el internado; hice el EPS en Coatepeque y esos dos años estuve en el occidente. Eso permitió que nos viéramos un poco más frecuente.
¿Cómo es el equilibrio que le da a su vida profesional y personal?
Siempre es bastante difícil, porque uno debe de buscar el equilibrio en brindar tiempo a la familia y en buscar el objetivo por el cual uno lucha. Al final, ese objetivo que se busca significa también una mejoría para su familia. Es decir, no podemos dedicarnos completamente a la familia, porque no comeríamos (risas). Pero, no podemos dedicarnos completamente a la búsqueda de una satisfacción personal o profesional, sin tener en cuenta que hay una familia de por medio. Eso es parte de la vida, porque si todo fuera plano y bonito, sería aburrido. A veces la ausencia permite que cuando la presencia de algo o alguien se da, esta tenga mucho más valor.
En 1983 viajó a Toulouse, Francia para especializarse en cirugía vascular y proctología. Estuvo en Francia durante 4 años, hasta 1987. ¿Cuál fue el mayor choque cultural que tuvo al vivir en este país?
En Francia, el cambio cultural es mucho más marcado. Yo iba al servicio de cirugía general del hospital designado, llamado Purpan, en Toulouse; pero, el doctor a quién iba dirigida mi estancia, se jubiló en ese tiempo. Entonces, quien asumió esa responsabilidad estaba desinformado del convenio entre Nicaragua con Francia. Él era el profesor Lazorthes, y en ese entonces me dijo: “Mire yo no sabía nada”; casi como diciendo: “No lo invite yo”. Al final dijo: “Bueno, ya que está aquí veremos qué podemos hacer por usted”. En ese momento pensé: “Híjole ¿qué hago?”, porque hice el esfuerzo de venir, pero no quedaba más que seguir adelante.
Una de las cosas lindas de vivir, es que siempre se encuentran personas que son ángeles en el camino. En este caso, mi ángel fue uno de los jefes de clínica, como se les dice allá, o jefe de servicio. Él me acogió y facilitó la incorporación. Después del encuentro frío con el profesor Lazorthes, con el tiempo se fue modificando nuestra relación y al final logré lo que muchos no habían logrado con él. La verdad siempre se encuentran personas bondadosas y amistosas que le facilitan el camino a uno.
¿Usted aprendió francés allá?
Sí. Cuando yo me fui a Francia, tenía un período de tres meses en un centro de lenguas internacionales, que se llamaba Vichy, y ahí tuvimos un curso intensivo de francés. Después me fui al hospital.
Después de especializarse en Francia, viajó a México en 1989 para especializarse en Neumología y Cirugía de Tórax, que es a lo que actualmente se dedica. ¿Qué fue lo que lo llevó a estudiar esta especialidad y a dedicarse completamente a esta?
Yo quería salir un poco de lo general. Por ejemplo, mucha experiencia que obtuve en Francia fue de cirugía general y de abdomen, pero me llamaba mucho la atención el tórax. La otra cosa es que somos pocos cirujanos de tórax, entonces fue la motivación de hacer algo diferente y que me gustara; y definitivamente es algo que me gusta. También, logré esa oportunidad que me dio la vida de viajar a México y seguir esa especialidad de cirugía torácica, que actualmente es el 80% de la actividad profesional que hago en este momento.
¿En qué hospitales trabaja actualmente?
En la práctica pública estoy en el hospital San Vicente, donde tengo 28 años de trabajar en cirugía. Actualmente, soy el jefe de Departamento de Cirugía de ese hospital. Ahora, en la práctica privada tengo entrada en todos los hospitales privados de Guatemala, a excepción de dos, donde no he metido más papeles ahí.
También tiene una clínica ¿Dónde se ubica?
Se ubica frente al Hospital Herrera Llerandi, en la sexta avenida de la zona 10.
A lo largo de su profesión ha desempeñado distintos cargos en asociaciones de medicina. Entre los más destacados están la presidencia de la Asociación de Cirujanos de Guatemala, de 2012 a 2013, y la presidencia de la Asociación Guatemalteca de Neumología y Cirugía de Tórax, de 2014 a 2015. Al estar en estos cargos de relevancia ¿qué mensaje es el que quiere transmitirles a los médicos asociados?
El mensaje que quiero dar es que hay que luchar por ellos. Si uno llega a esos cargos debe dejar huella en su paso y eso fue lo que intentamos con la junta directiva que me acompañó, tanto en la Asociación de Cirujanos de Guatemala, como en la Asociación de Neumología y Cirugía de Tórax. De primero, luchar por la asociación y tomarla como algo muy propio. Luchar para que crezca, se manifieste a la comunidad y deje la huella dentro de la sociedad. ¿Qué significa esto? Un ejemplo es hacer cursos de superación de los asociados, en beneficio a los pacientes que serán operados en un futuro; o hacer guías de manejo como un protocolo a seguir en determinadas cirugías.
Entonces, es una combinación de crecimiento de la asociación y de un beneficio hacia la población. Eso no hay que perderlo y hay que dirigir la enseñanza a la nueva generación que va creciendo. Son ellos los que nos van a desplazar, pero nosotros tenemos que contribuir para que estas personas, en mi caso los residentes, se vayan formando de una forma más sólida y para que asuman, con ese reto, el amor y la dedicación que la profesión requiere y que la sociedad nos exige.
Hay una frase que dice: “El conocimiento sin compartir es conocimiento sin libertad”. Debemos de transmitir el conocimiento, no podemos guardarlo para sí; mi forma de pensar no es esa, sino lo contrario. Es tratar de formar a alguien o apoyarlo en su desarrollo, para que lo poco o lo mucho que uno sepa, le pueda servir a él para aumentar su caudal de conocimiento.
Usted forma parte del equipo de redacción de la Revista Guatemalteca de Cirugía, donde ha realizado diversos artículos. Sin embargo, en 2018 se incursionó en la escritura literaria. ¿Cómo es que surge el cambio de escribir artículos de medicina a escribir libros acerca de sus experiencias como médico?
Para mí fue algo nuevo. Yo digo que “soy inspiración de escritor en atardecer, que enamorado de las maravillas del idioma, trato de plasmar en palabras momentos de la vida”. La primera motivación fue con el libro del niño (El niño que comió cangrejos vivos… por travesuras de amor). Esta historia la hice de primero como un artículo, porque lleva toda una enseñanza de cómo hacer una investigación médica; aunque el objetivo no se haya logrado, el cual era el diagnóstico definitivo del protagonista. Lleva un montón de pasos de qué hacer, cómo y dónde buscar, dónde enviar y recibir, y con quién consultar.
Cuando escribí este artículo, se me ocurrió hacer lo mismo, pero de una forma novelesca. Mucho de eso es real y mucho es ficticio. Por ejemplo, yo no conozco Las Escobas, donde el niño vivía; sin embargo, hay que tratar de escenificar un lugar donde vivió su infancia. Lo de los cangrejos si es cierto, él sí comió cangrejos vivos y, a partir de eso, surgieron todos esos problemas. También, escribí el libro por la motivación de este niño muy travieso e inquieto, un motorcito en el hospital, que se fue ganando el cariño de uno. Después estaba la contraparte, que es la investigación médica, para llegar a hacer un diagnóstico.
En este libro describe el caso de Elmer Sutuj, que por comer cangrejos vivos perjudicó su salud hasta llevarlo al borde de la muerte. ¿Considera que este caso es el más difícil que ha atendido en su vida?
No. Nos hemos enfrentado a unos casos mucho más difíciles y duros. Realmente, la medicina y cirugía es una carrera que lleva muchas satisfacciones, pero en alguna ocasión lleva mucha sensación de derrota.
Este caso del niño sí fue un reto de diagnóstico, muy interesante, pero era más tratar de comprobar lo que un patólogo nos dijo. En el momento que hicimos la biopsia aparecían unas amebas y teníamos que identificar y comprobar la presencia de estas. Por eso se mandó a traer agua del río Motagua, para ver si estaban las amebas y otros parásitos. Lo que me motivó en este libro es el niño mismo, porque tenía mucha fortaleza y eso lo motiva a uno a seguir; a tratar de llegar a un punto, para curar lo que le estaba pasando. Esa fortaleza, sentido de lucha, autonomía e ímpetu que él tenía, es lo que a uno lo motivaba.
Ahora, en el libro Un Bus me espera es la fe del joven y la de la familia. Es increíble cuando uno tiene la sensación de que todo está perdido y llega con una cara de apocalipsis. Pero, uno se estrella con una sonrisa de un joven que, aun en los peores momentos de su enfermedad, nunca la perdió; eso a uno le impacta, porque él le da el verdadero valor a cada minuto de su vida. Aparte, la fe y el apoyo de la familia. En ese núcleo familiar hay una fe y una fortaleza que es increíble. Al final, ya no puse en el libro que su cáncer aumentó y llegó a su cerebro y columna vertebral. El joven quedó en silla de ruedas en sus últimos momentos, pero él siempre sonreía. Yo pienso que nosotros, que tenemos todo, a veces renegamos y otros que sí tendrían la justificación para renegar de la vida, nos enseñan una lección, que es una sonrisa de esperanza y amor, que definitivamente llega al alma.
En el capítulo Esencia del Cosmo, de su poemario De la vida misma… poemas, refleja en algunos versos la religión católica, la cual profesa, y lo creyente que es de Dios. Además, relaciona esto con la vida y su profesión. ¿Cómo se presenta Dios en su vida?
De muchas maneras. Por ejemplo, en estos dos casos, tanto como el de Elmer y el de Paulo (Un Bus me espera), se presenta la presencia divina y de Dios cuando uno siente que todo está perdido y dice: “Mejor ya no hagamos nada más, porque ya no hay nada que hacer” y de repente esa persona la regresan del más allá, por así decirlo.
Soy católico y creyente. Creo que hay una presencia divina en todo lo que uno hace. A veces, uno no entiende cuando las cosas no salen como queremos, pero cuando las cosas se ponen difíciles, uno pide a Dios y a la Virgen que le ilumine, para que uno encuentre la salida. Además, uno no puede decir: “Yo soy el todopoderoso y es por mi conocimiento y habilidad…”, realmente no. Yo creo que hay algo o alguien, para mí es Dios y para otras personas son otras formas de divinidad; pero, ese Dios sí responde en momentos muy difíciles. Más de alguna vez, todos en la vida profesional nos hemos enfrentado a situaciones que uno dice: “Mejor no hubiera estado aquí, en este momento”, pero uno no puede hacer otra cosa más que enfrentar la realidad que tiene y pedirle a Dios que todo le salga bien. Así que la presencia de Dios está en todo momento, no puedo adjudicarme un triunfo por mí mismo, sino que es por la ayuda de Él.
Usted tiene una vida de médico ocupada, debido a que trabaja en diferentes centros hospitalarios, además de ser activo en las asociaciones, congresos y otras actividades personales. Entonces, ¿en qué momento del día siente la paz para escribir?
Es en cualquier momento. Por ejemplo, muchos de los poemas los hice en la calle mientras manejaba (risas). Ahora con la tecnología de los teléfonos comienzo a grabar la idea que de repente se me vino, después lo escucho y le cambio cierta cosa. A veces, pasan días y uno no tiene la motivación para hacer algo, pero de repente agarra una buena inspiración. Aunque, sería muy bonito irse a un lugar romántico, como al pico de una montaña, ya que soy amante de la naturaleza, y ver esa grandeza y majestuosidad del paisaje; sería ideal estar en una cabaña y toda la cuestión, pero no, la vida es correr de un lado para otro.
También, cuando estoy en la clínica, al final de la tarde se termina todo y se queda solo, entonces aprovecho esos momentos; en la noche puedo aprovechar otros ratos, ya en la casa; en cualquier momento que a uno le venga algo de inspiración aprovecho para escribir.
Ahorita tengo otro proyecto (Te cuento cuentos que me contaron) y estoy muy contento porque es diferente a los otros. El libro consta de seis cuentos, pero no tienen mucho de esa parte dura de la vida y de la muerte, sino que son otras situaciones que llevan una parte de burla, alegría o aventura a la vida. La verdad, sí estoy muy contento (alegre y con ilusión). Al final, termino con uno que se llama: “Me puede hacer una rebaja por mi ataúd, por favor”. Es algo que es del momento, pero hay una reflexión entre la vida y la muerte.